1/10/16

Por tierras del Pallars Jussà. EL CASTELL DE MUR. COLEGIATA DE MUR. El expolio de las Pinturas Románicas. Ruta Turística.


Por una serpenteante y angosta carretera, se llega a la cima de la montaña donde se alza imponente el "Castell de Mur". Desde su ubicación se domina una gran extensión de la comarca del Pallars Jussà, con la depresión de la "conca de Tremp" y el  embalse de "Terradets".





Castell de Mur

La visita está amenizada por las bien sentadas explicaciones de una guía perteneciente a la asociación de turismo cultural "Peperepep"
De este modo, se nos descubre la ruta del Joc de dames, o lo que es lo mismo, la historia de los "Condes de Pallars" con todas las piezas.



 

Nos encontramos en tierras llenas de historia que fueron frontera entre cristianos y musulmanes durante los siglos X y XI. El castillo aparece por primera vez documentado en el año 969, y perteneció, primero, a los condes de Pallars y más adelante, en su época más "esplendorosa", a los Mur. Es una de tantas historias de cambio de manos de grandes poderes, entre nobles y a partir de bodas, herencias y pactos inverosímiles. 
El Castillo de Mur, es declarado Monumento Histórico-Artístico en 1920, está marcado por la roca de la montaña, y por este mismo motivo no tiene foso. Es de reducidas dimensiones por ser un castillo, ya que en el vivían solo una veintena de personas.







La edificación, y así lo indican los agujeros se pueden ver en las paredes, tiene dos pisos. En el piso de arriba, dos aposentos divididos por una impresionante arcada de medio punto. Una fue la habitación del conde del Pallars. El lujo de ser el señor, lo marca la letrina dentro de la propia habitación. Esta alcoba donde dormian estaba separada de la sala tan sólo por unas cortinas.
La otra sala contigua era polivalente. Además de las funciones de comedor con las vasijas para lavarse las manos, se utilizaba también como sala de baile y sala de estar.
Durante la noche, aquí dormía toda la corte, es decir, los miembros de la unidad doméstica, los sirvientes más próximos a los señores, los colaboradores inmediatos y los invitados, en unas alfombras plegables que se guardaban de día en los cofres de la pared y que se desplegaban por la noche una vez arrinconadas las mesas. 






Posiblemente la torre sea el elemento más antiguo e incluso, anterior a la construcción del castillo.
En un primer momento las torres tienen las funciones de vigilancia de un territorio y de protección de la gente que  vivía aquí.





Las torres podían alojar en su interior un reducido número de personas que podían encerrarse con algunos objetos de valor a la espera que pasara el ataque. Una vez cerrada la puerta, la torre se convertía en una construcción de muy difícil acceso; además, la existencia de una pequeña cisterna en el piso más bajo y una cierta cantidad de provisiones de emergencia que se guardarían en el interior de los otros pisos permitían aguantar un cierto tiempo. 
En la parte superior había una pequeña capilla para el rezo.
Una única puerta situada a 7 o 8 metros de altura es la única apertura importante, a excepción de la pequeña ventanilla del piso superior. El acceso a la puerta se hacía por unas escaleras muy sencillas que podían ser retiradas en caso de necesidad.






La puerta de entrada al castillo era de difícil acceso en caso de asalto ya que al estar sobre un precipicio era imposible que se pudiera abrir mediante el uso de un "ariete".







En el piso superior, había un cubierto en forma de semicírculo donde hacer fuego y la letrina para el uso de los soldados. En el caso del Castillo de Mur, se ha podido comprobar que las aguas grises -utilizadas en la limpieza y la higiene- eran expulsas al exterior por unos desagües donde, mediante unos canales excavados en la roca, eran dirigidas hacia una posible cisterna, que no ha sido localizada hasta el momento.






Desde la terraza de la torre se tenía un buen control visual de la zona, cosa que permitía avisar a la población en caso de peligro y comunicar noticias a las otras torres y  poblaciones vecinas.






En 1055 Ramon V del Pallars Jussà cede el castillo a Arnau Mir de Tost como dote para casarse con su hija.Y Arnau Mir de Tost sacó bastante provecho de este "premio" por su matrimonio. Su territorio creció de tal manera que pronto se añadieron más fortalezas; los castillos de Guardia, Estorm, Moror, la Encina y Puigcercós, pasaron a formar parte, así, del patrimonio de Arnau Mir de Tost. 






 Poderoso pero no inmortal, Arnau Mir de Tost entregó, al morir, sus posesiones a su hija Valença, esposa del conde Ramon V. A partir de aquí, las siguientes generaciones continuarían haciendo crecer el patrimonio heredado.








Cercano al castillo, se encuentra la colegiata de Santa Maria de Mur, que  se empezó a construir a mediados del siglo XI y fue consagrada en 1069 por el obispo Guillem d’Urgell. 




Su interior acoge un pequeño claustro que es todo un bello ejemplo del románico. Observar con detenimiento esta obra nos lleva a la reflexión y al silencio contemplativo.









Un Cristo mayestático, rodeado de los cuatro evangelistas, bendice al mundo con un libro sobre su rodilla izquierda en el que puede leerse: Ego sum via, veritas et vita. Nemo ad Patrem nisi per me (Soy el camino, la vedad y la vida. Nadie puede llegar al Padre si no es por mí). Así es la parte principal de las pinturas que llenaban el ábside central de la iglesia. Los murales son uno de los mejores ejemplos de románico catalán. Pero el conjunto no puede verse en su emplazamiento original, y  tampoco en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), el centro que acoge la mayoría de pinturas murales de los siglos XI y XII extraídas de las iglesias rurales de los Pirineos. El Pantocrátor de Santa Maria de Mur, por increíble que parezca, se expone en Boston (EEUU), en su Museo de Bellas Artes.






En 1919 el coleccionista Lluís Plandiura -el mismo que en 1932, arruinado, ofreció por siete millones de pesetas sus fondos a la Junta de Museus- negociando en Nueva York la venta de las pinturas de Mur a los representantes de cinco de los grandes museos de EEUU. Las pinturas habían sido arrancadas previamente con la técnica del Strappo, por el artista Franco Steffanoni. Este arriesgó su vida para salvar los frescos de Tommaso da Modena en Treviso y luego fue capaz de arrancar los murales del Pirineo para comerciar con ellos, por encargo de los anticuarios Ignacio Pollak y Gabriel Dereppe. Finalmente Plandiura vendió las pinturas por 92.000 dólares (las había comprado al párroco por 7.000 pesetas) al museo de Boston. Ninguna ley protegía las piezas, las autoridades eclesiásticas no las valoraban y los párrocos de las iglesias necesitaban dinero para conservar las iglesias.




Con un poco mas de saber, abandonamos el recinto. Es lo bueno que tienen estos monumentos, hacernos olvidar el presente para regresar al pasado de la historia.
En este lugar, sin duda lo han conseguido.


Santa Maria de Mur


No hay comentarios:

Publicar un comentario