17/3/18

EN UN RINCÓN DEL INVIERNO. OLESA DE BONESVALLS. Hospital Medieval.


Llueve suavemente cuando entramos en la población. Una pequeña calle flanqueada de pequeños faroles a ambos lados nos adentra en el núcleo antiguo de Olesa de Bonesvalls.




El invierno se resiste a abandonar sus dominios, mientras van agonizando los últimos días antes de dejar paso a una nueva estación. 
Lluvioso día, solitario y vacío, de imprecisos colores, sutiles y livianos.





Avanzada ya la tarde, enfilamos por la calle desierta y silenciosa. Solo se escucha la lluvia, con su sonido monótono, evocador y lejano, formando charcos donde ondulan las gotas que van cayendo, mientras se desvanecen en suaves círculos. Junto a una casa un árbol abre la puerta a la ya incipiente primavera.





Al fondo, sobre un tejado, vemos ascender una suave columna de humo que se pierde en el cielo al tiempo que llega hasta nosotros ese olor tan peculiar y tan rural que nos hace imaginar un recogimiento invernal al lado de una buena chimenea.
Pasamos junto una casa cualquiera en cuya puerta nos vemos reflejados como presencias de otro mundo vagando sin rumbo ni destino. 




Más adelante, nos encontramos junto a un gran edificio que en su tiempo fue hospital medieval. El edificio está situado dentro de un recinto fortificado con torre del homenaje incluida, obra de transición del románico al gótico que se reforma en los siglos XVI y XVII. Es uno de los mejor conservados de Cataluña.




En su tiempo, los hospitales medievales carecen de médico y remedios para la curación. Solo ofrecen comida, cama y servicios espirituales. Aquí vive un eclesiástico que si viene al caso puede bautizar a niños y dar sepultura a los muertos. 




En el transcurso de los años y con la construcción de un nuevo camino que con el tiempo será la actual N-340 que transita por el puerto de l´Ordal, la población deja de ser paso obligado. El camino queda obsoleto, el hospital pierde su uso y se abandona.




Otra edificación es la capilla de Santa María de la Anunciación que sufre muchos destrozos a consecuencia de la guerra civil y es restaurada posteriormente en el año 1953. 




Una pequeña espadaña con campanas siguen fieles vigías al paso inexorable del tiempo. 
A un lado una sepultura en el suelo nos traslada a la memoria los relatos románticos de la literatura de Bequer. 




Una puerta adosada a un muro de piedra de la antigua construcción nos adentra en el conjunto y avanzamos por un pequeño sendero que al final continúa por un camino que rodea la edificación medieval. 




Enfilamos por este camino bordeado de húmeda hierba. 
Junto a este se extienden campos con jóvenes viñedos de troncos desnudos y mutilados. 
Abandonamos el recinto como un suspiro, dejando atrás todo un conjunto arquitectónico que duerme la historia de sus vivencias pasadas. 




La lluvia persiste mientras en la lejanía grisácea, jirones de nubes se deslizan entre las montañas del fondo.